Se pueden distinguir dos grandes tipos de protecciones. Las protecciones civiles garantizan las libertades fundamentales y la seguridad de los bienes y de las personas en el marco de un estado de Derecho. Las protecciones sociales “cubren” contra los principales riesgos capaces de entrañar una degradación de la situación de los individuos, como la enfermedad, el accidente, la vejez empobrecida, dado que las contingencias de la vida pueden culminar en una decadencia social.
Aunque las formas más masivas de violencia y de decadencia social hayan sido neutralizadas, la preocupación por la seguridad es de naturaleza popular. Las sociedades modernas están construidas sobre el terreno fértil de la inseguridad, porque son sociedades de individuos que no encuentran ni en ellos mismos ni en su medio inmediato la capacidad de asegurar su protección. Si bien es cierto que estas sociedades se han dedicado a la promoción del individuo, promueven también su vulnerabilidad, al mismo tiempo que lo valorizan. De esto resulta que la búsqueda de las protecciones es consustancial al desarrollo de este tipo de sociedades.
La sensación de inseguridad no es exactamente proporcional a los peligros reales que amenazan a una población. Es más bien el efecto de un desfase entre una expectativa socialmente construida de protecciones y las capacidades efectivas de una sociedad dada para ponerlas en funcionamiento y, algunas veces, la sensación de inseguridad y la demanda de seguridad puede traducirse en una demanda de autoridad que, liberada a sus impulsos, puede amenazar la propia democracia.
Existe una infinita aspiración a la seguridad en nuestras sociedades, pero ello no debe conducir a cuestionar la legitimidad de la búsqueda de protecciones.
Todo lo contrario, es la etapa crítica necesaria que hay que atravesar para definir las acciones que hoy se requieren para hacer frente del modo más realista a las inseguridades: combatir los factores de disociación social que están en la raíz tanto de la inseguridad civil como de la inseguridad social. No conseguiremos la seguridad de estar liberados de todos los peligros, pero se podría ganar la oportunidad de habitar en un mundo menos injusto y más humano.
Estar protegido no es un estado “natural”. Es una situación construida, porque la inseguridad no es un imponderable que adviene de manera más o menos accidental, sino una dimensión consustancial a la coexistencia de los individuos en una sociedad moderna y que, necesariamente, hay que combatirla para que éstos puedan coexistir en el seno de un mismo conjunto.
Para ello, se debe instituir un Estado dotado de un poder efectivo para desempeñar ese rol de proveedor de protecciones y garante de la seguridad.
Pero un Estado democrático no puede ser protector a cualquier precio, porque ese precio sería equivalente al absolutismo del poder del Estado.
La existencia de principios constitucionales, la institucionalización de la separación de los poderes, la preocupación por respetar el derecho en el uso de la fuerza ponen otros tantos límites al ejercicio de un poder absoluto y crean las condiciones de cierta inseguridad.
Referencia bibliográfica:
Castel, Robert. (2004). La inseguridad social.Buenos Aires. Manantial.
Tomado de: Material didáctico de la Unidad Curricular “Historia de la Seguridad” del Programa Nacional de Formación Policial y adaptado con fines pedagógicos para este material.
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